Entre 1910 y 1916, Robert Flaherty lleva a cabo varios viajes de exploración en las tierras del norte de Canadá por cuenta de Sir Williams MacEnzie, para el que trabaja. Desde el primero de ellos se siente atraído por la cultura inuit, a la que filma, aunque carece de experiencia cinematográfica. Pero, según nos informa en el prólogo escrito de su película, el material fílmico que recoge en sus dos primeros viajes no es bueno. Será con los metros de película rodados en un tercer viaje y armado de nuevas ideas acerca de la forma de hacerlo, con lo que montará Nanook, el esquimal, la película que revolucionó la forma de concebir el género documental.

Para Flaherty el documental tiene una misión educativa: "Nunca como hoy el mundo ha tenido una necesidad mayor de promover la mutua comprensión entre los pueblos. El camino más rápido, más seguro, para conseguir este fin es ofrecer al hombre en general, al llamado hombre de la calle, la posibilidad de enterarse de los problemas que agobian a sus semejantes.(…) El cine resulta particularmente indicado para colaborar en esta gran obra vital". Y para que cumpla adecuadamente con su función, el documentalista debe desarrollar un papel activo, no debe limitarse a poner la cámara delante de la realidad que quiere retratar: selecciona el material y construye una estructura narrativa; utiliza los recursos del cine de ficción sobre un material real. Su objetivo final es hacer llegar al espectador que verá la película, hombre de principios del siglo XX, tan alejado de la realidad representada en la pantalla, la naturaleza de la cultura inuit, trasladarle su alma y, en última instancia, lo que le hermana con este pueblo: la lucha por la vida, la familia, los amigos.

Durante un año su cámara nos introduce en la cotidianeidad de una familia inuit, a cuyo frente se halla el cazador apodado Nanook, el Oso. Vemos cómo se desarrolla su vida en un medio de una dureza excepcional, las tierras en torno a la Bahía de Hudson, al norte de Canadá. Les seguimos, como si estuviéramos presentes, en todos los momentos de su existencia.

No nos presenta la cotidianeidad de personas anónimas, compartimos la vida de una familia con nombres y apellidos, comandada por Nanook, un grupo con el que podemos identificarnos y partir, ya como conocidos, en su viaje por la vida.

Kurosawa realiza en esta película la adaptación de la novela del mismo nombre, escrita por Vladimir Arseniev sobre las exploraciones que realizó entre 1902 y 1930.

En 1902 y nuevamente en 1907 el capitán del ejército ruso Vladimir Arseniev al mando de un destacamento militar, lleva a cabo la exploración de la zona del Usuri en la taiga siberiana, un territorio salvaje situado en el noroeste de Rusia, cerca de la frontera con China.

En ambas exploraciones acompañará a su grupo, sirviéndole de guía y de imprescindible ayuda, Dersú Uzalá, nativo de la tribu de los hezhen, con quien se encuentran accidentalmente en el primero de los viajes. Dersú vive de la caza en esos territorios indómitos, en perfecta comunión con la naturaleza que él ve dotada de alma y regida por unas normas no escritas, sencillas, pero esenciales..

Arseniev quedará deslumbrado desde el primer momento por el bondadoso cazador que enseña al “hombre civilizado” cómo sobrevivir en un territorio donde la naturaleza manda.

Destaca el silencio que está presente en muchas ocasiones, subrayando la intensidad de momentos muy importantes de la película: momentos de comunión entre los protagonistas, la partida del amigo querido, el último adiós. Las panorámicas que nos sumergen en esa naturaleza indomable y sus sonidos, a veces airados, violentos. Hay calma, ritmo pausado, en esta historia de una amistad y un encuentro entre dos mundos: el de la civilización y el del hombre natural que vive en armonía con la naturaleza.

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