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Relato, aprendizaje y reflexión. Una visión desde la facultad de Medicina
En este artículo, Augusto Blanco, profesor de la Facultad de Medicina de la UAM, comparte algunas ideas sobre cómo la escritura narrativa ofrece herramientas para el aprendizaje y la reflexión.
En la facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid se han puesto en práctica varias iniciativas destinadas al aprendizaje y relacionadas con la escritura narrativa / VectorJuice (Freepik)
Desde las cavernas el relato nos ha acompañado en nuestro aprender. Los profesores informamos a nuestros alumnos de la última novedad en la materia a tratar, pero en ocasiones, me temo, olvidamos el alma del porqué enseñamos, y lo más importante: para qué estudian nuestros alumnos.
La exposición trasluce nuestro interés en la materia contada, pero no siempre la vivencia que la acompaña, los sentimientos que nuestras palabras esconden o protegen, privando al estudiante de la reflexión sobre esta parte de la formación.
En la Facultad de Medicina de la UAM hemos empleado el relato como herramienta de aprendizaje y reflexión en la asignatura de segundo curso ‘Introducción a la Práctica Clínica’. A los estudiantes de esta asignatura se les pide narraciones sobre las razones de estudiar Medicina, ejercicios de entrenamiento de la empatía y reflexiones sobre las emociones que viven al entrar en contacto con los pacientes.
Antes de la pandemia, con participación limitada pero entusiasta, organizamos grupos de voluntarios para reflexionar sobre lo que nos interesa a los médicos. El año pasado, en la asignatura del quinto curso ‘Medicina de Familia’, pedimos a los estudiantes escribir sobre la pandemia y sus repercusiones personales.
A estos estudiantes les proporcionamos además una serie de relatos para ayudarles en la reflexión sobre la resolución de los distintos escenarios (la asignatura se imparte con la metodología de ‘Aprendizaje basado en la resolución de problemas’).
Por último, en el rotatorio obligatorio de sexto curso, proporcionamos ocasionalmente relatos para ayudar a reflexionar sobre distintos casos percibidos o trabajados en las consultas.
Presento a continuación un par de ejemplos de lo que propongo; textos donde, a propósito de una experiencia, se plantean aspectos menos tratados en la sesión magistral, en el seminario o en el taller. Las preguntas al finalizar las lecturas, además de crear debate, ayudan al uso de la enseñanza reflexiva como método de aprendizaje.
HUMILDAD
Hace veintitantos años, era joven, un joven médico. Cuando el miedo al error puede a la ambición del éxito, comprendí el valor de la humildad.
Tenía un enfermo pulmonar, en el cupo, de aquellos cupos de 2 horas, que en cada visita me decía lo que tenía que hacer con él: "doctor, usted sabrá mucho, pero de mi enfermedad el que sabe soy yo".
Aquel día contaba unos síntomas abdominales, inespecíficos, entre el dolor, la molestia y la distensión. Parecía claro que estaba contando un "pedo loco", le pedí que se tumbara en la camilla y se descubriera la tripa. Era un abdomen discretamente voluminoso, blando, depresible, pero una masa pulsátil me llenó la mano, volví a palpar, a percutir, vuelta a palpar y, efectivamente, aquello parecía lo que parecía: un aneurisma de aorta abdominal.
Me debatía entre el orgullo y el temor al ridículo… El enfermo, ya vestido, se acomodaba en la silla, esperando. Y si era un gasecito... Había que decidir.
Había leído que un capitán de barco no era tal, hasta que, en medio de un temporal, daba las órdenes correspondientes. Yo traducía: un médico no es tal hasta que toma las riendas de sus decisiones, asumiendo las responsabilidades que conllevaran. La incertidumbre, el riesgo de equivocarse.
Le expliqué lo mejor que supe y pude, mis sospechas, le di el volante para urgencias y... allí quedé. Desnudo en mi miedo.
A los 10 días la mujer vino a darme las gracias: "lo que usted dijo, doctor, un ‘neurismato adominal’, que si se rompe lo mata". Pocas veces un ego ha crecido en tan poco tiempo con tal desmesura.
Programé una visita triunfal. Con mi mejor voz y ese tono de superioridad que empleamos con los niños o los inferiores, le comenté lo mucho que sentía haber tenido razón en lo del aneurisma y que suerte haberlo detectado y haber podido evitar que se complicara…
“A mí también me sorprendió que con la de veces qye me ha tocado la tripa se le hubiera escapado”.
Tardé varios meses en recuperar parte del ego hundido miserablemente.
¿Somos conscientes que tan peligroso es un error como un éxito?
¿Cuántas veces interfieren en nuestros juicios y decisiones historias viejas, experiencias previas?
¿La vanidad tiene cabida en nuestras decisiones?
¿El miedo al error o la vergüenza en el desacierto pueden influirnos?
ESPAGUETI
El espagueti se deslizaba perezoso entre las púas del tenedor, a medio camino entre el plato y la boca. Parecía evidente que no alcanzaría su objetivo.
No podía dejar de mirar el efecto que nuestra "alegre" exposición de historietas causaba en los señores de la mesa de enfrente. Como escuchaban horrorizados y atentos nuestra colección de chascarrillos, inmovilizados, como a cámara hiperlenta.
—¡Qué cabrón!, mira para otro lado…, me decía y, en la mesa de al lado...
Leuco era el más grande de nosotros, un hombre que rondaba el 185, de aspecto cúbico, su cabeza y su tronco eran paralepípedos casi perfectos, que al verle la primera vez con la bata blanca alguien lo asemejó a un leucocito y con el Leuco se quedó. Contaba la anécdota en voz alta, medio atragantado por la risa y la pizza, mientras todos, cada uno había contado las dramáticas situaciones vividas intentando asumirlas desde el humor, nos tronchábamos con el patetismo de cada sucedido.
Celebrábamos el último examen del año. Cursábamos tercero, tercero de Medicina, que por fin había doblado la rodilla ante nuestro ímpetu y habíamos conseguido acabarlo.
Tercero es un año clave en la carrera médica, es el primero de los clínicos y el primer contacto con la realidad en la que íbamos a vivir el resto de nuestra vida, la mayoría de nosotros.
Llegamos a la sala de autopsias, discutiendo como debíamos llamarla autopsia o necropsia. Cada uno tapaba su intranquilidad como podía. Quien más y quien menos ya había experimentado sensaciones inquietantes al enfrentarse con la sala y los primeros enfermos: punciones, ulceras necróticas, escaras… el dolor y el sufrimiento en estado puro. No era inocente, ni fácil de asimilar. Un escenario que debíamos hacer familiar para no bloquearnos. Berger decía que la primera defensa de los sentimientos médicos se producía en la sala de disección.
Tuvimos mala suerte, la primera necropsia fue de un bebe de apenas 5 días de vida. Aunque el patólogo intentaba sobreponerse y acompañarnos en ese momento, un silencio sepulcral se extendió sobre el grupo. No había broma que nos protegiera, ningún comentario penetraba en nuestro interior, la imagen del chiquitín lo llenaba todo.
En la mesa, sobre una peana de metal descansaba, esperando desvelar sus secretos de muerte, el cuerpito. El tronco sobre el acero, la cabeza y los miembros desvalidos caídos… se ofrecía a la ciencia que no había podido salvar su corta vida.
—Me estoy mareando…—me susurró avergonzado al oído.
—No mires, mira para otro lado…—le contesté, sin poder retirar la mirada de nuestro pequeño protagonista.
Como pudimos lo sacamos de la sala. Balbuceaba excusas, yo le contaba, empático, entonces no sabía lo que era la empatía, mis problemas con una punción hepática. Todos habíamos tenido nuestra crisis, cada cual según su camino y su sentido.
En la mesa de al lado un residente fileteaba un cerebro formolizado y congelado para su posterior estudio macro y microscópico.
Y… el espagueti se precipitó al plato. Enroscándose, pudoroso, entre sus hermanos.
¿Cómo recuerdas tu primera autopsia?
¿Qué es lo que más te impactó?
¿Crees que las risas pueden esconder algo más que el miedo?
¿Piensas que esas bromas/defensas pueden aparejar deshumanización?
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Augusto Blanco Alfonso es licenciado en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid. Desde entonces, es médico de familia y ejerce en el C.S.U. de Reina Victoria. Hace más de dos décadas que es profesor asociado en la Universidad Autónoma de Madrid, adscrito al departamento de Medicina dentro de la Unidad de Medicina de Familia. Comenzó a escribir como defensa, como autoprotección, y de hecho la pandemia por la COVID-19 le llevó a encadenar un día sí y otro también relatos que dejaban sus miserias en el papel, tanto que le dio para un libro: "La primera trinchera ante el COVID".