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Las aventuras del Club Pickwick
Las aventuras del Club Pickwick
Chesterton dijo de Charles Dickens (1812-1870): “El escritor inmortal, en mi opinión, es el que hace algo universal de una manera especial… Y Dickens es tan universal como el mar…”
Ahora que se cumplen 200 años de su nacimiento podemos comprobar su vigencia a través del tiempo. Dickens fue uno de los autores ingleses más populares de su época y aún hoy se le reconoce como uno de los más conocidos y leídos. Sus obras no han dejado nunca de editarse y se han adaptado al cine cerca de doscientas veces, casi desde los inicios de este arte. Solía publicar sus novelas por entregas, en revistas semanales y mensuales, pues este sistema le permitía llegar a un público amplio y popular, editándose posteriormente ya como libros. Las entregas le permitían también la interrelación con sus fieles lectores, cambiando o modificando la acción y los personajes si lo creía conveniente. Colaboraba con los ilustradores, a los que controlaba estrechamente para que sus dibujos fueran lo más fieles posible al espíritu de sus obras. De personalidad voluble y enérgica, trabajador incansable, tenía por costumbre darse grandes caminatas por la ciudad de Londres, conociendo íntimamente tanto los barrios ricos como los más pobres, lo que le permitió convertirla en el escenario de la mayoría de sus obras e incluso en uno más de sus personajes. Son aspectos característicos de lo dickensiano la denuncia de las lacras de la sociedad victoriana: la hipocresía, la injusticia, las diferencias de clase, la explotación del obrero por los patronos de las nuevas fábricas, el desprecio hacia los pobres y marginados a los que se culpaba de su infortunio, el abuso de la infancia, la prostitución… Temas todos mezclados sabiamente con grandes dosis de sentimentalismo e idealización de los personajes, arquetípicos, a los que coloca en situaciones a veces exageradas e inverosímiles que llevan a finales felices, propias de lo folletinesco. A esto hay que añadir sus toques de humor, realizando críticas llenas de ironía sobre los vicios y costumbres de sus contemporáneos, consiguiendo que sus argumentos estén llenos de amenidad, escritos con fluidez narrativa y un lenguaje rico. Hasta la publicación de su primera biografía por John Forster, uno de sus mejores amigos, poco después de su muerte, no se conoció que cuando ejercía como benefactor o escribía sobre las injusticias de su época, al mismo tiempo evocaba su triste infancia, ya que episodios como la cárcel por deudas de su padre o su deprimente experiencia como trabajador infantil en una fábrica de betún, eran episodios que le perturbaban y humillaban profundamente. Fue también periodista y actor frustrado, aunque la participación en las representaciones y las lecturas públicas de sus obras seguramente le compensó. Pionero en la defensa de los derechos de autor, mantuvo una lucha sin cuartel contra algunos editores americanos que sin escrúpulos pirateaban y editaban su obra de manera chapucera. Autor tan alabado por muchos importantes literatos (Chesterton, Tolstoy, Galdós, Orwell) como criticado por otros (Wilde, James, Woolf), es al fin y al cabo el destino de los más grandes, pues como decía Nabokov:
Dickens nos expande
Los documentos póstumos del Club Pickwick (1836-1837)
Su protagonista, Samuel Pickwick, es un anciano caballero aficionado a la filantropía. Funda el club con un grupo de amigos y se dedican a viajar por toda Inglaterra para estudiar al ser humano, viéndose envueltos en numerosas aventuras, que Dickens relata de forma satírica. Su gran éxito le dio la fama y le lanzó como novelista. Editada por entregas para llegar a un público más amplio, de todas las clases sociales, sus textos se convirtieron en el eje central de la obra, a pesar de que en principio se concibieron como un mero sostén de las ilustraciones de Robert Seymour. A partir de aquí, los ilustradores estarían al servicio del autor y no al contrario.