EL ESCUDO DE AQUILES, UNA VISIÓN GLOBAL DEL MUNDO HOMÉRICO
"Realizó también dos ciudades de míseras
gentes, bellas. En una había bodas y convites, y novias a las que a
la luz de las antorchas conducían por la ciudad desde cámaras
nupciales; muchos cantos de boda alzaban su son; jóvenes danzantes
daban vertiginosos giros y en medio de ellos emitían su voz flautas
dobles y fórminges, mientras las mujeres se detenían a la puerta
de los vestíbulos maravilladas. Los hombres estaban reunidos en el
mercado. Allí una contienda se había entablado, y dos hombres
pleiteaban por la pena debida a causa de un asesinato: uno insistía
en que había pagado todo en su testimonio público, y el otro
negaba haber recibido nada, y ambos reclamaban el recurso a un árbitro
para el veredicto. Las gentes aclamaban a ambos, en defensa de uno o de otro,
y los heraldos intentaban contener al gentío. Los ancianos estaban
sentados sobre pulidas piedras en un círculo sagrado y tenían
en las manos los cetros de los claros heraldos, con los que se iban levantando
para dar su dictamen por turno. En medio de ellos había dos talentos
de oro en el suelo, para regalárselos al que pronunciara la sentencia
más recta. ... También representó un mullido barbecho,
fértil campiña, ancho, que exigía tres vueltas. En él
muchos agricultores guiaban las parejas acá y allá, girando
como torbellinos. Cada vez que daban media vuelta al llegar al cabo del labrantío,
un hombre con una copa de vino, dulce como miel, se les acercaba y se la ofrecía
en las manos; y ellos giraban en cada surco, ávidos por llegar al término
del profundo barbecho, que tras sus pasos ennegrecía y parecía
tierra arada a pesar de ser de oro,,¡singular maravilla de artificio!
Representó también un dominio real. En él había
jornaleros que segaban con afiladas hoces en las manos. Unas brazadas caían
al suelo en hileras a lo largo del surco, y otras las iban atando los agavilladores
en hatos con paja. Tres agavilladores había de pie, y detrás
había chicos que recogían las brazadas, las cargaban en brazos
y se las facilitaban sin demora. Entre ellos el rey se erguía silencioso
sobre un surco con el cetro, feliz en su corazón. Los heraldos se afanaban
en el banquete aparte bajo una encina y se ocupaban del gran buey sacrificado;
y las mujeres copiosa harina blanca espolvoreaban para la comida de los jornaleros.
... Realizó también una manada de cornierguidas vacas, que estaban
fabricadas de oro y de estaño y se precipitaban entre mugidos desde
el estiércol al pasto por un estruendoso río que atravesaba
un cimbreante cañaveral. Iban en hilera junto con las vacas cuatro
áureos pastores, y nueve perros, de ágiles patas, les acompañaban.
Dos pavorosos leones en medio de las primeras vacas sujetaban a un toro, de
potente mugido, que bramaba sin cesar mientras lo arrastraban. Perros y mozos
acudieron tras él. Pero aquéllos desgarraron la piel del enorme
buey y engullían las entrañas y la negra sangre, mientras los
pastores los hostigaban en vano, azuzando los rápidos perros. Éstos
estaban demasiado lejos de los leones para morderlos; se detenían muy
cerca y ladraban, pero los esquivaban. ... El muy ilustre cojitranco bordó
también una pista de baile semejante a aquella que una vez en la vasta
Creta el arte de Dédalo fabricó para Ariadna, la de bellos bucles.
Allí zagales y doncellas, que ganan bueyes gracias a la dote, bailaban
con las manos cogidas entre sí por las muñecas. Ellas llevaban
delicadas sayas, y ellos vestían túnicas bien hiladas, que tenían
el suave lustre del aceite. Además, ellas sujetaban bellas guirnaldas,
y ellos dagas áureas llevaban, suspendidas de argénteos tahalíes.
Unas veces corrían formando círculos con pasos habilidosos y
suma agilidad, como cuando el torno, ajustado a sus palmas, el alfarero prueba
tras sentarse delante, a ver si marcha, y otras veces corrían en hileras,
unos tras otros. Una nutrida multitud rodeaba la deliciosa pista de baile,
recreándose, y dos acróbatas a través de ellos, como
preludio de la fiesta, hacían volteretas en medio". (Iliada, XVIII,
490-605)