UNA APROXIMACIÓN A LOS SISTEMAS DE VALORES HOMÉRICOS
"El único que con desmedidas palabras graznaba aún
era Tersites, que en sus mientes sabía muchas y desordenadas palabras
para disputar con los reyes locamente, pero no con orden, sino en lo que parecía
que a ojos de los argivos ridículo iba a ser. Era el hombre más
indigno llegado al pie de Troya: era patizambo y cojo de una pierna; tenía
ambos hombros encorvados y contraídos sobre el pecho; y por arriba
tenía cabeza picuda, y encima una rala pelusa floreaba. Era el más
odioso sobre todo para Aquiles y para Ulises, a quienes solía recriminar.
Mas entonces al divino Agamenón injuriaba en un frenesí de estridentes
chillidos. Los aqueos le tenían horrible rencor y su ánimo se
llenó de indignación. Mas él con grandes gritos recriminaba
a Agamenón de palabra:
'¡Atrida!. ¿De qué te quejas otra vez y de qué
careces?. Llenas están tus tiendas de bronce, y muchas mujeres hay
en tus tiendas para ti reservadas, que los aqueos te damos antes que a nadie
cuando una ciudadela saqueamos. ¿Es que aún necesitas también
el oro que te traiga alguno de los troyanos, domadores de caballos, de Ilio
como rescate por el hijo que hayamos traído atado yo u otro de los
aqueos, o una mujer joven, para unirte con ella en el amor, y a la que tú
solo retengas lejos?. No está bien que quien es el jefe arruine a los
hijos de los aqueos. ¡Blandos, ruines baldones, aqueas, ya que no aqueos!.
A casa, sí, regresemos con las naves, y dejemos a éste aquí
mismo en Troya digerir el botín, para que así vea si nosotros
contribuimos o no en algo con nuestra ayuda quien también ahora a Aquiles,
varón muy superior a él, ha deshonrado y quitado el botín
y lo retiene en su poder. Mas no hay ira en las mientes de Aquiles, sino indulgencia;
si no, Atrida, ésta de ahora habría sido tu última afrenta'.
Así habló recriminando a Agamenón, pastor de huestes,
Tersites. A su lado pronto se plantó el divino Ulises y, mirándolo
con torva faz, le amonestó con duras palabras:
'¡Tersites, parlanchín sin juicio!. Aun siendo sonoro orador,
modérate y no pretendas disputar tú solo con los reyes. Pues
te aseguro que no hay otro mortal más vil que tú de cuantos
junto con los Atridas vinieron al pie de Ilio. Por eso no deberías
poner el nombre de los reyes en la boca ni proferir injurias ni acechar la
ocasión para regresar. Ni siquiera aún sabemos con certeza cómo
acabará esta empresa, si volveremos los hijos de los aqueos con suerte
o con desdicha. Por eso ahora al Atrida Agamenón, pastor de huestes,
injurias sentado, porque muchas cosas le dan los héroes dánaos.
Y tú pronuncias mofas en la asamblea. Mas te voy a decir algo, y eso
también quedará cumplido: ya no tendría entonces Ulises
la cabeza sobre los hombres ni sería llamado padre de Telémaco,
si yo no te cojo y te arranco la ropa, la capa y la túnica que cubren
tus vergüenzas, y te echo llorando a las veloces naves fuera de la asamblea,
apaleado con ignominiosos golpes'.
Así habló, y con el cetro la espalda y los hombros le golpeó.
Se encorvó, y una lozana lágrima se le escurrió. Un cardenal
sanguinolento le brotó en la espalda por obra del áureo cetro,
y se sentó y cobró miedo. Dolorido y con la mirada perdida,
se enjugó el llanto. Y los demás, aun afligidos, se echaron
a reír de alegría". (Iliada, II, 211-270)