LAS PROCESIONES Y SU ORGANIZACIÓN
"Así pues, Hiparco, como había pensado, infirió
una afrenta a Harmodio, que había rechazado sus pretensiones: el y
Hipias llamaron a una hermana suya soltera para que viniera a hacer de canéfora
en cierta procesión, y luego la despidieron diciendo que en forma alguna
la habían llamado, por no ser digna de aquel honor. Si Harmodio se
indignó por ello, mucho más se encolerizó Aristogitón,
por amor a él. Tomaron todas las disposiciones en unión de los
que con ellos habían de participar en el atentado, pero esperaron a
las grandes Panateneas, único día en que no resultaba sospechoso
que los ciudadanos que iban en la procesión fueran armados formando
grupo; el plan era que Harmodio y Aristogitón actuaran los primeros
y que seguidamente los otros les ayudaran a luchar con la guardia. Los conjurados
no eran muchos, por precaución, pues esperaban que incluso los no enterados
fuera cualquiera el número de los que iniciaran, la revuelta, quisieran
inmediatamente ayudar a su propia liberación, dado que iban armados.
Cuando llegó la fiesta, Hipias se hallaba fuera de la ciudad en el
barrio del Cerámico y con sus guardias disponía en qué
orden debían ir los distintos componentes de la procesión; Harmodio
y Aristogitón, armados ya con puñales, se disponían a
actuar. Pero al ver a uno de los conjurados hablar familiarmente con Hipias
(pues era para todos fácil de abordar), se asustaron y pensaron que
habían sido delatados y estaban a punto de ser apresados. En vista
de ello. quisieron vengarse primero, si podían, del que les había
hecho desgraciados y por cuya causa arrostraban todos aquellos peligros; y
sin más entraron por la puerta de Atenas y encontraron a Hiparco junto
al templo llamado Leocorion. Cayendo al punto sobre él ciegos y llenos
de furor - el uno por celos, el otro por el ultraje -, le hirieron y mataron.
Aristogitón escapó de momento a la guardia, aprovechando el
revuelo de la multitud, pero luego qué apresado y no fue tratado suavemente;
Harmodio, en cambio, pereció al punto allí mismo.
Al dársele la noticia a Hipias en el Cerámico, se dirigió
inmediatamente no al lugar del suceso, sino al encuentro de los hoplitas de
la procesión, para llegar antes de que se enteraran, pues se hallaban
lejos; y componiendo el semblante para disimular lo ocurrido, les ordenó,
señalándoles cierto lugar, que se retiraran a él sin
armas. Ellos fueron allí creyendo que iba a decirles alguna cosa; pero
Hipias mandó a sus soldados recoger las armas y separó enseguida
a aquellos a los que culpaba y a todos los que les fue encontrado un puñal;
pues los atenienses acostumbraban a ir en las procesiones con escudo y lanza"
(Tucídides, VI, 56-58).