LA GLORIA DEL VENCEDOR

"A la Soberana de Sicilia de óptimas cosechas,
a Deméter, y a su hija, a Cora, de violetas coronada,
celebra, Clío de dulces dones, y a los raudos
corceles de Hierón que en Olimpia corrieron.
Porque se lanzaron con la soberbia Victoria
y la Gloria en las márgenes del Alfeo de amplios
remolinos, y han hecho que el hijo feliz
de Dinómenes allí coronas obtuviera.
Y el gentío, admirado, exclamó:
" ¡ Ah, tres veces bienaventurado el hombre
que, tras haber recibido de Zeus el dominio
del máximo poderío entre los griegos,
sabe no encubrir el torreón de su riqueza
bajo la tiniebla de oscuro manto! "
Rebosan los templos de festivos sacrificios
de bueyes, rebosan de hospitalidad las calles.
Brilla con sus centelleos el oro
de los trípodes de borde labrado que se yerguen
delante del templo, donde el magnífico recinto
de Febo junto a las aguas que brotan de Castalia
gobiernan los Delfos. A la divinidad, al dios,
dé uno gloria. Pues es la mejor de las dichas.
Es así que, antaño, al soberano
de Lidia, domadora de caballos,
cuando aquella fatal decisión
Zeus llevó a término y fue Sardes
capturada por el ejército de los Persas,
a Creso le salvó la vida
Apolo el del arma de oro.
Aquél, llegando a tan desesperado día,
no pensaba aguardar ya más para una esclavitud
fecunda en llantos, sino que una pira
ante el patio de muros de bronce se hizo alzar,
y a ella con su esposa muy fiel
y con sus hijas de hermosas trenzas, que lloraban
inconsolablemente, se subía. Y sus manos
levantó al alto cielo y dijo a voces:
"Divinidad de irresistible poder,
¿dónde está la gratitud de los dioses?
¿Dónde el soberano hijo de Lato?" (Baquílides de Ceos, Epinicio III, 1-39)

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