"El único que con desmedidas palabras graznaba aún era Tersites, que en sus mientes sabía muchas y desordenadas palabras para disputar con los reyes locamente, pero no con orden, sino en lo que parecía que a ojos de los argivos ridículo iba a ser. Era el hombre más indigno llegado al pie de Troya: era patizambo y cojo de una pierna; tenía ambos hombros encorvados y contraídos sobre el pecho; y por arriba tenía cabeza picuda, y encima una rala pelusa floreaba. Era el más odioso sobre todo para Aquiles y para Ulises, a quienes solía recriminar. Mas entonces al divino Agamenón injuriaba en un frenesí de estridentes chillidos. Los aqueos le tenían horrible rencor y su ánimo se llenó de indignación. Mas él con grandes gritos recriminaba a Agamenón de palabra:
'¡Atrida!. ¿De qué te quejas otra vez y de qué careces?. Llenas están tus tiendas de bronce, y muchas mujeres hay en tus tiendas para ti reservadas, que los aqueos te damos antes que a nadie cuando una ciudadela saqueamos. ¿Es que aún necesitas también el oro que te traiga alguno de los troyanos, domadores de caballos, de Ilio como rescate por el hijo que hayamos traído atado yo u otro de los aqueos, o una mujer joven, para unirte con ella en el amor, y a la que tú solo retengas lejos?. No está bien que quien es el jefe arruine a los hijos de los aqueos. ¡Blandos, ruines baldones, aqueas, ya que no aqueos!. A casa, sí, regresemos con las naves, y dejemos a éste aquí mismo en Troya digerir el botín, para que así vea si nosotros contribuimos o no en algo con nuestra ayuda quien también ahora a Aquiles, varón muy superior a él, ha deshonrado y quitado el botín y lo retiene en su poder. Mas no hay ira en las mientes de Aquiles, sino indulgencia; si no, Atrida, ésta de ahora habría sido tu última afrenta'.
Así habló recriminando a Agamenón, pastor de huestes, Tersites. A su lado pronto se plantó el divino Ulises y, mirándolo con torva faz, le amonestó con duras palabras:
'¡Tersites, parlanchín sin juicio!. Aun siendo sonoro orador, modérate y no pretendas disputar tú solo con los reyes. Pues te aseguro que no hay otro mortal más vil que tú de cuantos junto con los Atridas vinieron al pie de Ilio. Por eso no deberías poner el nombre de los reyes en la boca ni proferir injurias ni acechar la ocasión para regresar. Ni siquiera aún sabemos con certeza cómo acabará esta empresa, si volveremos los hijos de los aqueos con suerte o con desdicha. Por eso ahora al Atrida Agamenón, pastor de huestes, injurias sentado, porque muchas cosas le dan los héroes dánaos. Y tú pronuncias mofas en la asamblea. Mas te voy a decir algo, y eso también quedará cumplido: ya no tendría entonces Ulises la cabeza sobre los hombres ni sería llamado padre de Telémaco, si yo no te cojo y te arranco la ropa, la capa y la túnica que cubren tus vergüenzas, y te echo llorando a las veloces naves fuera de la asamblea, apaleado con ignominiosos golpes'.
Así habló, y con el cetro la espalda y los hombros le golpeó. Se encorvó, y una lozana lágrima se le escurrió. Un cardenal sanguinolento le brotó en la espalda por obra del áureo cetro, y se sentó y cobró miedo. Dolorido y con la mirada perdida, se enjugó el llanto. Y los demás, aun afligidos, se echaron a reír de alegría". (Iliada, II, 211-270)
"Realizó también dos ciudades de míseras gentes, bellas. En una había bodas y convites, y novias a las que a la luz de las antorchas conducían por la ciudad desde cámaras nupciales; muchos cantos de boda alzaban su son; jóvenes danzantes daban vertiginosos giros y en medio de ellos emitían su voz flautas dobles y fórminges, mientras las mujeres se detenían a la puerta de los vestíbulos maravilladas. Los hombres estaban reunidos en el mercado. Allí una contienda se había entablado, y dos hombres pleiteaban por la pena debida a causa de un asesinato: uno insistía en que había pagado todo en su testimonio público, y el otro negaba haber recibido nada, y ambos reclamaban el recurso a un árbitro para el veredicto. Las gentes aclamaban a ambos, en defensa de uno o de otro, y los heraldos intentaban contener al gentío. Los ancianos estaban sentados sobre pulidas piedras en un círculo sagrado y tenían en las manos los cetros de los claros heraldos, con los que se iban levantando para dar su dictamen por turno. En medio de ellos había dos talentos de oro en el suelo, para regalárselos al que pronunciara la sentencia más recta. ... También representó un mullido barbecho, fértil campiña, ancho, que exigía tres vueltas. En él muchos agricultores guiaban las parejas acá y allá, girando como torbellinos. Cada vez que daban media vuelta al llegar al cabo del labrantío, un hombre con una copa de vino, dulce como miel, se les acercaba y se la ofrecía en las manos; y ellos giraban en cada surco, ávidos por llegar al término del profundo barbecho, que tras sus pasos ennegrecía y parecía tierra arada a pesar de ser de oro,,¡singular maravilla de artificio! Representó también un dominio real. En él había jornaleros que segaban con afiladas hoces en las manos. Unas brazadas caían al suelo en hileras a lo largo del surco, y otras las iban atando los agavilladores en hatos con paja. Tres agavilladores había de pie, y detrás había chicos que recogían las brazadas, las cargaban en brazos y se las facilitaban sin demora. Entre ellos el rey se erguía silencioso sobre un surco con el cetro, feliz en su corazón. Los heraldos se afanaban en el banquete aparte bajo una encina y se ocupaban del gran buey sacrificado; y las mujeres copiosa harina blanca espolvoreaban para la comida de los jornaleros. ... Realizó también una manada de cornierguidas vacas, que estaban fabricadas de oro y de estaño y se precipitaban entre mugidos desde el estiércol al pasto por un estruendoso río que atravesaba un cimbreante cañaveral. Iban en hilera junto con las vacas cuatro áureos pastores, y nueve perros, de ágiles patas, les acompañaban. Dos pavorosos leones en medio de las primeras vacas sujetaban a un toro, de potente mugido, que bramaba sin cesar mientras lo arrastraban. Perros y mozos acudieron tras él. Pero aquéllos desgarraron la piel del enorme buey y engullían las entrañas y la negra sangre, mientras los pastores los hostigaban en vano, azuzando los rápidos perros. Éstos estaban demasiado lejos de los leones para morderlos; se detenían muy cerca y ladraban, pero los esquivaban. ... El muy ilustre cojitranco bordó también una pista de baile semejante a aquella que una vez en la vasta Creta el arte de Dédalo fabricó para Ariadna, la de bellos bucles. Allí zagales y doncellas, que ganan bueyes gracias a la dote, bailaban con las manos cogidas entre sí por las muñecas. Ellas llevaban delicadas sayas, y ellos vestían túnicas bien hiladas, que tenían el suave lustre del aceite. Además, ellas sujetaban bellas guirnaldas, y ellos dagas áureas llevaban, suspendidas de argénteos tahalíes. Unas veces corrían formando círculos con pasos habilidosos y suma agilidad, como cuando el torno, ajustado a sus palmas, el alfarero prueba tras sentarse delante, a ver si marcha, y otras veces corrían en hileras, unos tras otros. Una nutrida multitud rodeaba la deliciosa pista de baile, recreándose, y dos acróbatas a través de ellos, como preludio de la fiesta, hacían volteretas en medio". (Iliada, XVIII, 490-605)
"En segundo lugar [Zeus] se llevó a la brillante Temis que parió a las Horas, Eunomía, Dike y la floreciente Eirene, las cuales protegen las cosechas de los hombres mortales, y a las Moiras, a quienes el prudente Zeus otorgó la mayor distinción, a Cloto, Láquesis y Átropo, que conceden a los hombres mortales el ser felices y desgraciados" (Hesíodo, Teogonía, 901-906)
"¡Oh Perses! Atiende tú a la justicia y no alimentes soberbia; pues mala es la soberbia para un hombre de baja condición y ni siquiera puede el noble sobrellevarla con facilidad cuando cae en la ruina, sino que se ve abrumado por ella. Preferible el camino que, en otra dirección, conduce hacia el recto proceder; la justicia termina prevaleciendo sobre la violencia, y el necio aprende con el sufrimiento. Pues al instante corre el Juramento tras de los veredictos retorcidos; cuando Dike es violada, se oye un murmullo allí donde la distribuyen los hombres devoradores de regalos e interpretan las normas con veredictos torcidos. Aquélla va detrás quejándose de la ciudad y de las costumbres de sus gentes, envuelta en niebla, y causando mal a los hombres que la rechazan y no la distribuyen con equidad" (Hesiodo, Los Trabajos y los Días, 214-224)
"Existe una virgen, Dike, hija de Zeus, majestuosa y respetable para los dioses que habitan el Olimpo; cuando alguien, despreciándola con torcidas sentencias, la daña, al punto sentada junto a Zeus, padre Crónida, canta la manera de pensar de hombres injustos para que el pueblo pague las locuras de los reyes, quienes maquinando cosas terribles desvían el veredicto hablando de manera tortuosa. Vigilando esto, reyes, enderezad los veredictos, devoradores de regalos, olvidad las sentencias tortuosas en su totalidad" (Hesíodo, Trabajos y días, 256-265).
"Más tarde sobrevino discordia entre los nobles y la multitud durante mucho tiempo. Pues su constitución era en todo oligárquica, y además eran esclavos de los ricos los pobres, ellos mismos y sus hijos y mujeres. Y eran llamados clientes y hectémoros, pues por esta renta de la sexta parte cultivaban las tierras de los ricos. Toda la tierra estaba repartida entre pocos. Y si no pagaban su renta, eran embargables ellos y sus hijos. Y los préstamos, todos los tomaban respondiendo con sus personas hasta el tiempo de Solón, pues éste se convirtió el primero en jefe del pueblo. Era ciertamente el más duro y más amargo para el pueblo, entre los muchos males del régimen, la esclavitud; es más, como consecuencia de ésta, sufrían también por los restantes, pues, podemos decir, estaban desposeídos de todo" (Aristóteles, La Constitución de los Atenienses, 2).
"Más tarde sobrevino discordia entre los nobles y la multitud durante mucho tiempo. Pues su constitución era en todo oligárquica, y además eran esclavos de los ricos los pobres, ellos mismos y sus hijos y mujeres. Y eran llamados clientes y hectémoros, pues por esta renta de la sexta parte cultivaban las tierras de los ricos. Toda la tierra estaba repartida entre pocos. Y si no pagaban su renta, eran embargables ellos y sus hijos. Y los préstamos, todos los tomaban respondiendo con sus personas hasta el tiempo de Solón, pues éste se convirtió el primero en jefe del pueblo. Era ciertamente el más duro y más amargo para el pueblo, entre los muchos males del régimen, la esclavitud; es más, como consecuencia de ésta, sufrían también por los restantes, pues, podemos decir, estaban desposeidos de todo" (Aristóteles, La Constitución de los Atenienses, 2).
"Ninguna ciudad, oh Cirno, han arruinado aún los hombres de bien; mientras que cuando los malvados se deciden a mostrar su insolencia, corrompen al pueblo y dan las sentencias a favor de los injustos para buscar ganancias y poderío propio, no esperes que esa ciudad, aunque ahora esté en la mayor calma, permanezca tranquila por mucho tiempo una vez que los malvados se aficionen a las ganancias con público perjuicio. De esto nacen las luchas civiles, las matanzas de ciudadanos y los tiranos: ¡ojalá no dé su voto a nada de ello esta ciudad!.
Cirno, esta ciudad es aún una ciudad, pero sus habitantes son ahora distintos: antes, no conocían ni el derecho ni las leyes, sino que en torno a su cuerpo vestían pieles de cabra hasta romperlas y se apacentaban, al igual que los ciervos, fuera de la ciudad. Éstas son hoy las gentes de bien, oh Polípaides; y los buenos de antes, ahora son los villanos: ¿quién es capaz de soportar este espectáculo?. Se engañan unos a otros riéndose unos de otros, desconocedores de las normas para distinguir lo bueno de lo malo. A ninguno de estos ciudadanos hagas de corazón tu amigo, oh Polípaides, por causa de necesidad ninguna; por el contrario, procura parecer con tus palabras amigo de todos, pero no te unas con ninguno en ninguna empresa importante, porque entonces conocerás la manera de ser de estos miserables, cómo no tienen palabra en su comportamiento sino que gustan de los fraudes, los engaños y las trampas, igual que hombres irremediablemente perdidos. [...]
Buscamos, oh Cirno, carneros, asnos y caballos de buena raza, y todo el mundo quiere que se apareen con hembras de pura sangre; en cambio, a un hombre noble no le importa casarse con una villana, hija de un villano, con tal que le lleve muchas riquezas; ni una mujer se niega a ser la esposa de un hombre vil con tal que sea rico, sino que prefiere el acaudalado al hombre de bien. En efecto, los hombres son adoradores de la riqueza; el noble se casa con la hija del villano y el villano con la del noble: el dinero ha confundido las clases. Por ello no te extrañes, oh Polípaides, de que decaiga la raza de nuestros conciudadanos: pues lo bueno se mezcla con lo malo.
Sin ignorar él mismo que es de bajo origen, un hombre conduce a su hogar, atento a sus riquezas, a una mujer que no lo es; le fuerza a ello la dura necesidad, que endurece el espíritu del hombre. [...]
Cúmpleme, oh Zeus Olímpico, mi justa plegaria y concédeme, a cambio de los males, gozar también de algún bien. Ojalá muera si no hallo algún respiro de mis tristes pensamientos y no causo dolores a cambio de los míos. Pues tal es mi destino y no se cumple mi venganza sobre los que se han adueñado de mis bienes arrancándomelos por la violencia; como un perro he atravesado un barranco llevándomelo todo la corriente del torrente. Séame dado beber su negra sangre y ojalá me dirija su mirada algún numen propio que lleve a efecto estas cosas conforme a mi deseo. [...]
Cirno, esta ciudad está preñada y temo que para un hombre sin ley que acaudille una cruel revolución; porque estos ciudadanos aún están sanos, pero los jefes han venido a caer en una gran vileza. [...]
No iré ni le llamaré por su nombre ni irá bajo tierra llorado por mí en su tumba un tirano; tampoco él si yo muriese sentiría dolor ni haría correr de sus ojos lágrimas calientes [...]"
(Teognis, 43-68; 183-196; 341-350; 1081-1082b; 1203-1206).
"Contrarias también a las de los demás griegos son estas costumbres que instituyó Licurgo en Esparta. Pues en las demás ciudades, evidentemente, todos se enriquecen cuanto pueden: uno trabaja la tierra, otro tiene navíos, otro comercia, otros también viven de sus oficios. Pero en Esparta a los hombres libres les prohibió Licurgo que se dedicaran a tráfico ninguno y les impuso que sólo cuantas obras procuran libertad a las ciudades, sólo éstas tuvieran por propias de ellos. Claro, que en verdad, ¿para qué habría de desearse allí la riqueza, precisamente allí, donde, habiéndoles él ordenado contribuir por igual a lo necesario y tener un mismo tenor de vida, logró que no apetecieran por molicie el dinero?. Pero es que ni por los vestidos siquiera era menester dinero: pues no se adornan con la riqueza del vestido sino con la buena forma física de sus cuerpos. Y ni aun por tener al menos para gastar con los compañeros había que acumular riquezas: porque juzgó más digno de aplauso servir a los amigos con el esfuerzo corporal que con dispendios, haciéndoles ver que aquélla es obra del espíritu, ésta del dinero. Y aun el enriquecerse por medios no justos vedó también entre tales hombres: pues, en primer lugar, tal moneda instituyó que un solo decamno no podría jamás entrar en una casa sin ser visto de señores y criados, pues necesitaría mucho espacio y un buen carro que lo llevara. El oro y la plata son buscados, y si se descubre algo en algún sitio, es multado el que lo tiene. ¿Para qué, pues, se desearía allí la ganancia, donde la posesión de la riqueza acarrea más cuidados que alegrías proporciona su disfrute?". (Jenofonte, La República de los Lacedemonios, VII).
"Pero, ¿por qué doy explicaciones sobre acciones furtivas?. Pues yo, al menos, Quirísofo, he oído decir que vosotros, los lacedemonios, cuantos integráis los Iguales, os ejercitáis en el robo desde niños y que no es vergonzoso sino honroso robar cuanto la ley no prohíbe. Y para que robéis con el máximo celo y procuréis no ser vistos, está establecido por la ley entre vosotros que, si sois sorprendidos robando, se os azote. Ahora, pues, tienes una excelente oportunidad de demostrar tu educación y de vigilar que no nos atrapen, apoderándonos por sorpresa de la montaña, de modo que no recibamos golpes.
Sin embargo, contestó Quirísofo, también yo he oído decir que vosotros, los atenienses, sois hábiles en robar los fondos públicos, a pesar de que el ladrón corre un grandísimo peligro, y además que son éstos los mejores, si es cierto que entre vosotros los mejores son considerados dignos de mandar. En consecuencia, tienes tú también la oportunidad de demostrar tu educación". (Jenofonte, Anábasis, IV, 14-16).
"En efecto, Zaleuco era por nacimiento italiano, locrio, hombre de noble linaje y admirado por su cultura, discípulo de Pitágoras el filósofo. Encontrando gran aceptación en su patria, fue elegido legislador y cimentando desde el principio una nueva legislación, comenzó en primer lugar por los dioses celestiales. Al comienzo, en el proemio a la totalidad de su legislación, decía que era necesario que los que habitaban en la ciudad creyesen lo primero de todo y estuviesen persuadidos de que los dioses existían; y en sus pensamientos, al examinar el cielo, su disposición y orden, juzgasen que estas cosas no estaban así dispuestas por el azar o por los hombres, y honrasen a los dioses como causantes de todas las cosas bellas y buenas de la existencia para los hombres; y tuviesen el alma limpia de toda maldad porque los dioses no se congracian con los sacrificios y ofrendas de los depravados sino con los justos y honestos comportamientos de los hombres buenos. Habiendo exhortado por medio del proemio a los ciudadanos a la piedad y justicia añadió la orden de que ninguno de los ciudadanos tuviese enemigo irreconciliable, sino que de tal manera borrase la enemistad que llegara de nuevo a la reconciliación y amistad. Y quien actuase contra estas normas fuera considerado entre los ciudadanos como un hombre de alma ruda y violenta. Aconsejaba a los magistrados que no fuesen arrogantes ni soberbios y que no juzgasen basados en la enemistad o amistad. Y en la codificación, según las partes, muchas cosas añadió de su propia iniciativa, sabia y excelentemente.
Ordenando todos los demás legisladores penas pecuniarias a las mujeres que erraban, él rectificó los desenfrenos de aquéllas con un ingenioso castigo. Porque así escribió: a una mujer libre que no le acompañe más que una sirvienta, a no ser que esté ebria. No salga fuera de la ciudad por la noche a no ser la que vaya a cometer adulterio. No vista ropas doradas ni vestidos bordados a todo lo largo a no ser que sea prostituta. El hombre no lleve anillo dorado ni vestido semejante al milesio a no ser que haya frecuentado la prostitución y haya cometido adulterio. Gracias a esto, de manera fácil apartó a los ciudadanos de la funesta vida muelle y del desenfreno de las costumbres con las vergonzosas reducciones de las penas. Porque nadie quiso servir de risa a los ciudadanos confesando su vergonzoso desenfreno. También legisló de manera acertada otras muchas normas referentes a los contratos y a las demás cosas que provocan controversias a diario, de las que sería muy largo escribir y no se acomoda al relato que nos hemos propuesto". (Diodoro Sículo, XII, 19, 3- 21).
"Dos jóvenes litigaban por un esclavo que había servido mucho más tiempo a uno de ellos que al otro, pero éste segundo dos días antes se aprovechó de una ausencia del dueño, se dirigió al campo y se llevó al esclavo a casa a viva fuerza. Cuando el primero se percató de lo ocurrido, se personó en el domicilio de su rival, recuperó al esclavo y lo condujo a la presencia de los magistrados; alegó que la ley le apoyaba en su derecho de presentar fiadores. En efecto, la ley de Zaleuco promulgaba: 'La cosa objeto de disputa debe ser retenida por el que efectuó la abducción hasta que se celebre el juicio'. El otro objetaba que, según la misma ley, era él quien había efectuado la abducción, ya que, materialmente, el esclavo había ido al tribunal desde su casa. Los magistrados presidentes se veían en un apuro, alargaron el juicio y pasaron el litigio al cosmópolis, quien interpretó la ley diciendo que la abducción siempre resultaba hecha por aquellos en poder de los cuales la cosa en litigio había permanecido indisputablemente algún tiempo. Si se da el caso de que uno desposea violentamente a otro y se lleve lo disputado a su domicilio, y el antiguo propietario proceda, a su vez, a una abducción, ésta no lo es desde un punto de vista estrictamente legal. El joven afectado lo tomó muy a mal y dijo que no era ésta la intención del legislador. Y entonces, explican, el cosmópolis le invitó a disertar sobre el caso según la ley de Zaleuco. Ésta consiste en hablar, en una sesión de los mil, con la soga puesta en el cuello, sobre la intención del legislador. Aquél de los dos oradores que parezca haber interpretado la ley deficientemente es ahorcado allí mismo, en presencia de los jueces. Esto es lo que propuso el cosmópolis. Dicen que el joven reputó desigual la proposición, ya que al cosmópolis le debían quedar dos o tres años de vida, pues rondaba los noventa; a él, en cambio, según cálculos verosímiles, tenía por delante la mayor parte de su existencia. El joven, con aquella agudeza, le quitó hierro al asunto, pero los magistrados decidieron la abducción según el parecer del cosmópolis". (Polibio, XII, 16).
"Diogneto de(l demo de) Frearios era secretario; Diocles era arconte [409/8 a.C.]. Se aprobó por la boulé y el demos, en la pritanía de Acamántide, por la que Diogneto era secretario y Eutídico presidía. [..]e[..]fanes propuso: que los anagrapheis registren la ley (nomos) de Dracón relativa al homicidio, cuando hayan recibido el nomos del rey, junto con el secretario de la boulé, en una estela de piedra, y que la coloquen frente a la Estoa Real. Que los poletas realicen la adjudicación de este contrato tal y como prescribe la ley, y que los Helenótamos aporten el dinero.
.....Primer axon
Incluso si sin premeditación [alguien mata a otro, que vaya al exilio]. Los reyes tiene que juzgarle culpable de homicidio o [faltan 17 letras] o el que actuó voluntariamente; y los efetas tienen que dar el veredicto. [Puede concederse el perdón si el padre] vive, o los hermanos, o hijos, todos de común acuerdo; de lo contrario, aquél [que se oponga prevalecerá. Si ninguno] de estos hombres vive, (entonces por los parientes varones) hasta el grado de hijo del primo y [primo, si todos] quieren [perdonar]. El que se oponga [prevalecerá. Si ninguno de éstos está vivo] y el asesinato fue involuntario, y es juzgado por los [Cincuenta y Uno, los efetas, que fue un] homicidio [involuntario], que sea admitido en (el Ática) por [diez miembros de su fratría, si ellos quieren. Éstos] los Cincuenta y Uno [que los elijan] de acuerdo con sus méritos. [Y también aquéllos que] cometieron asesinato en el pasado [queden sujetos a esta ley. Que se haga proclamación] contra el asesino [en el] ágora [(por los parientes varones) hasta el grado de hijo de primos y primos. Y que la acusación sea dirigida conjuntamente por] primos [e hijos de primos y yernos y suegros] y miembros de la fratría [faltan 36 letras] culpable de homicidio [faltan 26 letras] [los Cincuenta y] Uno [faltan 42 letras] de homicidio son condenados [faltan 35 letras]. [Si] alguien [mata al asesino o es culpable de (su) homicidio, cuando se hallaba lejos del ágora] en la frontera y [(de) los Juegos y ceremonias Anfictiónicas, que sea tratado del mismo modo que el que] ha matado un ateniense. Los efetas tiene que pronunciar el veredicto". (IG, I3, 104).
"En efecto, el régimen político que tenían los corintios era, concretamente, una oligarquía, cuyos integrantes, llamados Baquíadas, gobernaban la ciudad y concertaban los matrimonios de sus hijas, y los suyos propios, en el ámbito de su familia. Pues bien, Anfión, que era un miembro de dicho clan, tuvo una hija coja, cuyo nombre era Labda. Como ningún Baquíada quería casarse con ella, la desposó Eetión, hijo de Equécrates, que era natural del demo de Petra, si bien, por sus antepasados, era Lapita y descendía de Ceneo [...] Entretanto, con el paso del tiempo, el hijo de Eetión fue creciendo; y, como había escapado al citado peligro gracias a la jarra, para llamarlo se le impuso el nombre de Cípselo. Pues bien, cuando se hizo un hombre, Cípselo, que se hallaba en Delfos formulando una consulta, recibió un oráculo sumamente favorable, por lo que, depositando su confianza en él, se lanzó sobre Corinto y se apoderó de la ciudad. Por cierto que el contenido del oráculo fue el siguiente:
'Dichosa esa persona que bajando está a mi morada, / Cípselo hijo de Eetión, soberano de la gloriosa Corinto/ tanto él como sus hijos, pero ya no los hijos de sus hijos'.
Esa fue, en suma, la afirmación del oráculo. Y, una vez erigido en tirano, he aquí la clase de hombre que fue Cípselo: desterró a muchos corintios, a otros muchos los privó de sus bienes, y a un número sensiblemente superior de la vida.
Cípselo ejerció el poder por espacio de treinta años y su vida fue afortunada hasta el final, sucediéndole en la tiranía su hijo Periandro. Pues bien, al principio Periandro se mostró más benévolo que su padre; pero, desde el momento en que, por medio de mensajeros, entró en contacto con Trasibulo, el tirano de Mileto se volvió mucho más sanguinario si cabe que Cípselo. [...] Periandro comprendió el comportamiento de Trasibulo y se percató de que le aconsejaba asesinar a los ciudadanos más destacados; de manera que, a partir de entonces, hizo gala, contra los corintios, de la crueldad más absoluta, pues todo aquello que el despotismo asesino y persecutorio de Cípselo había dejado intacto, lo remató Periandro" (Heródoto, V, 92, 1 - 1).
"Resulta que este último [Clístenes], debido a una guerra que había mantenido contra los argivos, como primera medida suprimió en Sición los certámenes rapsódicos basados en los poemas homéricos, ya que en ellos los argivos y Argos son elogiados muy a menudo. Por otra parte, dado que en plena ágora de Sición había (y sigue allí todavía) un templete consagrado a Adrasto, hijo de Tálao, Clístenes se propuso fervientemente expulsar de la región a ese héroe por ser argivo. Se fue entonces a Delfos y preguntó al oráculo si podía expulsar a Adrastro. Pero la Pitia le respondió diciéndole que Adrasto era rey de Sición, en tanto que él merecía ser lapidado. En vista de que el dios se negaba a ello rotundamente, de regreso a su patria Clístenes se puso a fraguar un plan para que fuera el propio Adrasto quien se marchase. Cuando creyó haber dado con la solución, despachó emisarios a Tebas de Beocia manifestando que quería trasladar a Sición los restos de Melanipo, hijo de Ástaco, cosa a la que accedieron los tebanos. Una vez trasladados a Sición los restos de Melanipo, Clístenes le dedicó un recinto en el mismísimo pritaneo y le erigió una estatua allí mismo, en el lugar más importante de la ciudad.
Clístenes hizo trasladar a Sición los restos de Melanipo (pues este punto requiere también una explicación) pues, en su opinión, era el peor enemigo de Adrasto, dado que había matado a su hermano Mecisteo y a su yerno Tideo. Y, tras haberle dedicado el citado recinto, privó a Adrasto de sacrificios y de fiestas, y se los adjudicó a Melanipo [...] Éstas fueron las medidas que había tomado con respecto a Adrasto. Por lo que se refiere a las tribus dorias, para evitar que los sicionios tuviesen exactamente las mismas que los argivos, les cambió los nombres por otros nuevos. Y, con tal motivo, se mofó descaradamente de los sicionios, pues permutó las denominaciones de las tribus por las palabras 'cerdo', 'asno' y 'lechón', a las que simplemente añadió las desinencias; sólo exceptuó a su propia tribu, ya que el nombre que le impuso aludía al cargo que ocupaba. A partir de entonces los miembros de su tribu se llamaron Arquelaos, mientras que los de las demás recibieron, respectivamente, los nombres de Hiatas, Oneatas y Quereatas. Los sicionios utilizaron esos nombres para designar a sus tribus no sólo durante el mandato de Clístenes, sino también a su muerte, por espacio de sesenta años más. Finalmente, empero, se plantearon el caso y los cambiaron por los de Hileos, Panfilos y Dimanatas; y, a estas tres tribus, añadieron una cuarta, adoptando, en memoria de Egialeo, el hijo de Adrasto, el nombre de 'Egialeos' para designar a sus miembros". (Heródoto, V, 67-68).
"Aristodemo dejó pasar unos pocos días en los que cumplió los votos a los dioses y aguardó las embarcaciones que llegaban con retraso, y cuando se presentó el momento oportuno, dijo que deseaba contar ante la Boulé lo acaecido en el combate y mostrar el botín de guerra. Una vez reunidas las autoridades en el bouleuterio en gran número, Aristodemo se adelantó para hablar y expuso todo lo sucedido en la batalla, mientras sus cómplices en el golpe de mano, dispuestos por él, irrumpieron en el bouleuterio en tropel con espadas debajo de sus mantos y degollaron a todos los aristócratas. Después de esto hubo huidas y carreras de los que estaban en el ágora, unos hacia sus casas, otros fuera de la ciudad, con excepción de los que estaban enterados del golpe; estos últimos tomaron la ciudadela, los arsenales y los lugares seguros de la ciudad. A la noche siguiente liberó de las cárceles a los condenados a muerte, que eran muchos, y después de armarlos junto con sus amigos, entre los que se encontraban también los prisioneros tirrenos, constituyó un cuerpo de guardia en torno a su persona. Al llegar el día, convocó al pueblo a una asamblea y lanzó una larga acusación contra los ciudadanos que había matado, tras lo cual dijo que éstos habían sido castigados con justicia, pues habían intrigado contra él, pero que, por lo que se refería a los demás ciudadanos, había venido para traerles libertad, igualdad de derechos y otros muchos bienes.
Tras pronunciar estas palabras y colmar a todo el pueblo de esperanzas maravillosas, tomó las peores medidas políticas que existen entre los hombres y que son el preludio de toda tiranía: la redistribución de la tierra y la abolición de las deudas. Prometió ocuparse él mismo de ambas cuestiones, si se le designaba general con plenos poderes hasta que los asuntos públicos estuviesen seguros y se estableciera una forma democrática de gobierno. Como la multitud plebeya y sin principios acogió con alegría el saqueo de los bienes ajenos, Aristodemo, dándose a sí mismo un poder absoluto, impuso otra medida con la que los engañó y privó a todos de la libertad ... Como también consintieron en esto, ese mismo día se apoderó de las armas de todos los cumanos y, durante los días siguientes, registró las casas, en las que mató a muchos buenos ciudadanos con la excusa de que no habían consagrado todas las armas a los dioses, tras lo cual reforzó la tiranía con tres cuerpos de guardia. Uno estaba formado por los ciudadanos más viles y malvados, con cuya ayuda había derrocado al gobierno aristocrático; otro, por los esclavos más impíos, a los que él mismo había dado la libertad por haber matado a sus señores, y el tercero, un cuerpo mercenario, por los bárbaros más salvajes. Estos últimos eran no menos de dos mil y superaban con mucho a los demás en las acciones bélicas. Aristodemo suprimió de todo lugar sagrado y profano las estatuas de los hombres que condenó a muerte y, en su lugar, hizo llevar a esos mismos lugares y erigir en ellos su propia estatua. Confiscó sus casas, tierras y demás bienes, reservándose el oro, la plata y cualquier otra posesión digna de un tirano, y después cedió todo lo demás a los hombres que le habían ayudado a adquirir el poder; pero los más abundantes y espléndidos regalos los dio a los asesinos de sus señores. Éstos, además, también le pidieron vivir con las mujeres e hijas de sus amos". (Dionisio de Halicarnaso, Antigüedades Romanas, VII, 7-8)
"Y por cierto que me he extendido ampliamente a propósito de los samios, debido a que son ellos quienes han llevado a cabo las tres obras más grandiosas de todo el mundo griego: en un monte - un monte de unas ciento cincuenta brazas de altura - abrieron un túnel que comienza en la falda y que presenta una boca en cada ladera. La longitud del túnel es de siete estadios, mientras que su altura y su anchura tienen, respectivamente, ocho pies. De un extremo al otro del mismo hay excavado, además, otro túnel, de veinte codos de profundidad y tres pies de anchura, a través del cual llega hasta la ciudad, procedente de una gran fuente, el suministro de agua, que va encauzada por unos conductos. El ingeniero del susodicho túnel fue el megareo Eupalino, hijo de Náustrofo. Esta es, en suma, una de las tres obras. La segunda es una escollera que bordeando el puerto, se levanta en el mar, con una profundidad que alcanza veinte brazas y cuya longitud es superior a dos estadios. La tercera obra que los samios llevaron a cabo es un templo - que sepamos, el mayor templo del mundo -, cuyo primer arquitecto fue Reco, hijo de Files, un natural de la isla. Por estas obras ha sido por lo que me he detenido algo más a propósito de los samios" (Heródoto, III, 60).
"Estableció el Consejo del Areópago de los que habían sido arcontes cada año, en el que por haberlo sido, también tuvo asiento; pero viendo al pueblo todavía alterado e insolente con la remisión de las deudas, nombró otro segundo Consejo, eligiendo de cada tribu, que eran cuatro, cien varones, los que dispuso diesen dictámenes con anterioridad al pueblo de manera que ningún negocio se llevase a la ekklesia si antes no había sido tratado en el Consejo. Al Areópago lo constituyó supervisor de todo y guardián de las leyes pensando que asegurada en los dos Consejos, como en dos áncoras, estaría la ciudad menos vacilante y quedaría el pueblo más sosegado. Los más son de opinión de que, como dejamos dicho, fue Solón el que estableció el Consejo del Areópago; y parece que está en su favor el no haber hablado ni hecho mención alguna Dracón de los Areopagitas, dirigiendo siempre la palabra a los Efetas en lo que dispuso acerca de los homicidios. Pero la ley octava del axon decimotercero de Solón, palabra por palabra, es en esta forma: 'Sobre las gentes privadas de sus derechos: todos los que habían sido privados de sus derechos antes de mandar Solón, que recuperen sus derechos; fuera de los que por sentencia del Areópago o de los Efetas o del Pritaneo hubiesen sido condenados por los reyes sobre muerte, robo o tiranía y hubiesen ido a destierro cuando se publicó esta ley'. Esto indica que el Consejo del Areópago existía antes del mando y la legislación de Solón: si no ¿quiénes eran los condenados antes de Solón en el Areópago, si Solón fue el primero que dio a este Consejo la facultad de juzgar?. A no ser, por Zeus, que hubiese mala escritura o se hubiese cometido elipsis queriendo significarse que los vencidos o condenados por las causas de que conocen los Areopagitas, los Efetas y los Prítanos, cuando se publica esta ley, queden privados de sus derechos, siendo los demás rehabilitados: considérelo cada uno por sí". (Plutarco, Solón, 19).
"Estableció una constitución y dispuso otras leyes; dejaron de servirse de las instituciones de Dracón, excepto las referentes al homicidio. Inscribieron las leyes en las kyrbeis, las colocaron en la Estoa Real y juraron todos guardarlas. Los nueve arcontes juraban tocando la piedra y prometían ofrecer una estatua de oro si transgredían alguna de las leyes. Por lo cual todavía ahora juran así.
Dio las leyes por cerradas para cien años y dispuso la constitución de esta manera: por censo distinguió cuatro clases, conforme se dividían antes: los pentacosiomedimnos, los hippeis, los zeugitas y los thetes. Todas las magistraturas las atribuyó en su desempeño a personas de entre los de quinientos medimnos, los caballeros y los labradores de un par, o sea los nueve arcontes y los tesoreros y los poletas y los once y los colacretas, señalando a cada clase una magistratura en proporción a la magnitud del censo. A los que pertenecía a los thetes les concedió sólo el que tomaran parte en la asamblea y en los tribunales. Pertenecía a los pentacosiomedimnos el que sacase de tierra propia quinientas medidas entre áridos y líquidos; a los caballeros, los que sacasen trescientas, o como algunos dicen, los que pudieran criar un caballo ... Pertenecían a los zeugitas los que cosechaban entre áridos y líquidos doscientas medidas, y los restantes pertenecían a los thetes sin participar en ninguna magistratura. Por eso ahora todavía cuando se le pregunta al que va a ser sorteado para una magistratura de qué grupo forma parte, nadie dirá que 'del de los thetes'" (Aristóteles, Constitución de los Atenienses, 7)
"Al pueblo le di toda la parte que le era debida,
sin privarle de honor ni exagerar en su estima.
Y de los que tenían el poder y destacaban por ricos,
también de éstos me cuidé que no sufrieran afrenta.
Me alcé enarbolando mi escudo entre unos y otros
y no les dejé vencer a ninguno injustamente.
... Como mejor sigue el pueblo a sus jefes es cuando
no va ni demasiado suelto ni se siente forzado.
Pues el hartazgo engendra el abuso, cuando una gran prosperidad
acompaña a hombres cuya mente no está equilibrada.
... En asuntos tan grandes es difícil contentarles a todos". (Solón, frag. 5 D).
"No ha sido Solón hombre sensato ni astuto;
pues dándole un dios la fortuna no la aprovechó.
Tras envolver a la presa no supo, asombrado, la gran red
recoger, falto de ánimo y errando en su tino.
Pues yo, con tal de mandar y adquirir una inmensa riqueza
y ser en Atenas tirano un solo día, habría accedido
a ser desollado después y a dejar mi familia hecha trizas."
... Si respeté a mi patria, y de la tiranía y la amarga
violencia me abstuve, sin manchar ni afrentar mi linaje,
no me avergüenzo de ello. Pues pienso de ese modo vencer
a todos los humanos
... Los que vinieron en pos de saqueos tenían una gran esperanza
y se creían que iban a hallar todos ellos enorme fortuna
y que yo, tras hablar suavemente, mostraría una cruel ambición.
En vano se ilusionaron entonces, y ahora se irritan contra mí,
y me miran todos de soslayo como a un enemigo, sin motivo
preciso, pues lo que dije cumplí can ayuda de los dioses.
Y no actué de otro modo en vano, ni la tiranía me atrae
para hacer cualquier cosa con violencia, ni que en la tierra
fértil de la patria igual lote tengan los malos que los buenos". (Solón, frag. 23D).
"Y yo ¿por qué me retiré antes de conseguir
aquello a lo que había convocado al pueblo?
De eso podría atestiguar en el juicio del tiempo
la madre suprema de los dioses olímpicos
muy bien, la negra Tierra, a la que entonces
yo le arranqué los mojones hincados por doquier.
Antes era esclava, y ahora es libre.
Y reconduje a Atenas, que por patria les dieron
los dioses, a muchos ya vendidos, uno justa
y otro injustamente, y a otros exiliados
por urgente pobreza que ya no hablaban
la lengua del Ática, de tanto andar errantes.
Y a otros que aquí mismo infame esclavitud
ya sufrían, temerosos siempre de sus amos,
los hice libres. Eso con mi autoridad,
combinando la fuerza y la justicia,
lo realicé, y llevé a cabo lo que prometí.
Leyes a un tiempo para el rico y el pobre,
encajando a cada uno una recta sentencia,
escribí. Si otro, en mi lugar, tiene la vara,
un tipo malévolo y codicioso de bienes,
no hubiera contenido al pueblo. Si yo decido
un día lo que a los unos les gustaba entonces,
y al otro lo que planeaban sus contrarios,
esta ciudad habría quedado viuda de muchos hombres.
Frente a eso, sacando vigor de todos lados
me revolví coma un lobo acosado por perros". (Solón, frag. 24D).
"Eran los bandos tres: uno el de los costeros, que dirigía Megacles, hijo de Alcmeón, los cuales parecía procuraban sobre todo, una constitución moderada; otro el de los del llano, que defendían la oligarquía, y era su jefe Licurgo; la tercera facción era la de los de las alturas, a cuyo frente estaba Pisístrato, que era tenido por el más popular. Formaban entre estos últimos los que habían sido privados de sus créditos, por falta de recursos, y los que no eran de estirpe pura, por miedo". (Aristóteles, Constitución de los Atenienses, 13, 4).
"Atenas, que ya antes era poderosa, vio por aquel entonces- al desembarazarse de sus tiranos- acrecentado su poderío. En la ciudad descollaban dos hombres: el alcmeónida Clístenes (precisamente el individuo que, según dicen, sobornó a la Pitia) e Iságoras, hijo de Tisandro, que pertenecía a una ilustre familia, si bien no puedo precisar su origen (los miembros de su familia, empero, ofrecen sacrificios a Zeus Cario). Estos dos sujetos se disputaron el poder y Clístenes al verse en inferioridad de condiciones, se ganó al pueblo para su causa. Posteriormente, dividió en diez tribus a los atenienses, que a la sazón estaban agrupados en cuatro tribus, y abolió para las mismas los nombres de los hijos de Ión (Geleonte, Egícoras, Argades y Hoples), imponiéndoles unos nombres derivados de otros héroes, todos locales a excepción de Ayax; héroe al que, pese a ser extranjero, incluyó en su calidad de vecino y aliado de Atenas.
...
Éstas fueron, en suma, las medidas que Clístenes de Sición había tomado. Por su parte, Clístenes de Atenas, que era nieto del sujeto de Sición por parte de madre y que se llamaba así en su honor, también debía de sentir, a mi juicio, cierto desprecio personal hacia los jonios, y, para evitar que los atenienses tuviesen las mismas tribus que los jonios, siguió el ejemplo de su homónimo Clístenes. De hecho, lo cierto es que, cuando, por aquellas fechas, consiguió ganarse para su causa al pueblo ateniense (que hasta entonces se había visto marginado sistemáticamente), modificó los nombres de las tribus y aumentó su número, antes exiguo. En ese sentido, estableció diez filarcos en lugar de cuatro y, asimismo, distribuyó los demos, repartidos en diez grupos, entre las tribus. Y, como se había ganado al pueblo, poseía una notable superioridad sobre sus adversarios políticos". (Heródoto, V, 66 y 69).
"Por estas causas se fió el pueblo de Clístenes. Puesto al frente del pueblo en el año cuarto después de la caída de los tiranos, siendo arconte Iságoras, primero distribuyó a todos en diez tribus en lugar de en cuatro, con la intención de mezclarlos y para que tomase parte en el gobierno más número, de donde se dice que no se preocupen de la tribu los que quieren investigar las estirpes. Después hizo el consejo de 500 en lugar de 400, cincuenta de cada tribu, pues hasta entonces eran 100. Y no lo dispuso en doce tribus, para no tener que hacer las partes sobre los trittys preexistentes, pues de cuatro tribus había doce trittys, y así no le hubiera resultado mezclada la muchedumbre.
También repartió el país por demos, organizados en treinta partes, diez de los alrededores de la ciudad, diez de la costa y diez del interior, y dando a éstas el nombre de trittys sacó a la suerte tres para cada tribu, con el fin de que cada una participase en todas las regiones. E hizo compañeros de demo entre sí a los que habitaban en el mismo demo, para que no quedasen en evidencia los ciudadanos nuevos con llamarse por el gentilicio, sino que llevaran el nombre de los demos, desde lo cual los atenienses se llaman a sí mismos por los demos.
Estableció demarcos, que tenían el mismo cuidado que los antiguos naucraroi, pues precisamente hizo los demos en vez de las naucrariai. Dio nombre a los demos, a unos por los lugares, a otros por sus fundadores, pues ya no todos los demos correspondían a los lugares.
Las estirpes y las fratrías y los sacerdocios dejó a cada demo guardarlos según la tradición. A las tribus las señaló como titulares, de entre cien jefes escogidos, los diez que designó la Pitia". (Aristóteles, Constitución de los Atenienses, 21)
Facultad de Filosofía y Letras · C/ Francisco Tomás y Valiente 1 · Universidad Autónoma de Madrid · 28049 Madrid · Contacto: +34 91 497 43 54 · informacion.filosofia@uam.es · Web:webmaster.filosofia@uam.es