“En efecto, incluso después de la guerra de Troya, Grecia sufría todavía migraciones y eran fundadas ciudades en ella, de modo que no podía quedar en calma y crecer; pues la vuelta de los griegos de Troya, al suceder después de mucho tiempo, ocasionó muchos cambios, y con frecuencia se produjeron luchas civiles en las ciudades, y siendo desterrados a consecuencia de ellas algunos, fundaban otras nuevas. Por ejemplo, los actuales beocios, a los sesenta años de la toma de Troya, fueron expulsados de Arne por los tesalios y poblaron la Beocia de hoy, que antes se llamaba tierra cadmea (ya anteriormente estaba en este país una parte de ellos, algunos de los cuales marcharon contra Troya), y los dorios se apoderaron del Peloponeso en unión de los Heráclidas a los ochenta años. Cuando tras mucho tiempo al fin Grecia entró en una paz estable y ya no sufría migraciones, envió fuera colonias, y los atenienses colonizaron Jonia y las más de las islas, mientras que los peloponesios colonizaron la mayor parte de Italia y Sicilia y algunos lugares del resto de Grecia. Todas estas colonias fueron fundadas después de la guerra de Troya”
(Tucídides, I, 12).
“En efecto, éstos eran los pueblos que más sobresalían, siendo el ateniense de origen pelásgico y el lacedemonio de origen helénico. Y mientras que aquél jamás ha cambiado su lugar de residencia, éste ha sido muy viajero. Pues en tiempos del rey Deucalión habitaba la Ptiótide y en tiempos de Doro, hijo de Helén, la región que se llama Histieótide, al pie del Osa y del Olimpo. Al ser expulsado de la Histieótide por los cadmeos, se asentó en Pindo con el nombre de macedno. De allí pasó, en otra emigración, a la Driópide y así, cuando desde la Driópide llegó al Peloponeso, recibió el nombre de dorio”
(Heródoto, I, 56).
“Y después de algún tiempo, cuando todos los hijos de Heracles se habían convertido en hombres y un espíritu orgulloso había surgido en ellos a causa de su descendencia de Heracles, Euristeo, viendo con sospecha su creciente poder, les atacó con un gran ejército [...] Después de estos acontecimientos, los Heraclidas, ahora que habían vencido a Euristeo en una batalla cuya fama se difundió por doquier y habían recibido aliados a causa de su éxito, se embarcaron en una campaña contra el Peloponeso con Hilo como su comandante. Atreo, después de la muerte de Euristeo, se había hecho con la realeza en Micenas, y habiendo añadido a sus fuerzas a los Tegeatas y a algunos otros pueblos como aliados, se dirigió al encuentro de los Heraclidas. Cuando los dos ejércitos se encontraron en el Istmo, Hilo, el hijo de Heracles, retó a combate singular a cualquiera de los enemigos que se atreviese a enfrentarse a él, sobre la base de que si Hilo vencía a su contrincante, los Heraclidas recibirían el reino de Euristeo pero que si Hilo era derrotado, los Heraclidas no volverían al Peloponeso durante un periodo de cincuenta años. Equemo, el rey de los Tegeatas, aceptó el reto y en el combate singular que tuvo lugar a continuación Hilo fue muerto y los Heraclidas abandonaron, como habían prometido, su intención de regresar y regresaron a Tricorito. Algún tiempo después Licimnio y sus hijos y Tlepólemo, el hijo de Heracles, se establecieron en Argos, una vez que los Argivos los admitieron de común acuerdo a su ciudadanía; pero el resto, que se había establecido en Tricorito, una vez que expiró el período de cincuenta años, regresaron al Peloponeso [...] El resto de los Heraclidas, dicen, llegaron hasta Egimio, el hijo de Doro, y reclamando la tierra que su padre les había confiado, se establecieron entre los Dorios”
(Diodoro Sículo, IV, 57-58).
“Ahora bien, los jonios de Asia no se habían separado de los demás jonios por ninguna razón específica, sino porque, dentro de la debilidad general del mundo griego por aquel entonces, los jonios, sin lugar a dudas, eran, con mucho, los pueblos más débiles y los menos considerados, pues, a excepción de Atenas, no tenían ninguna otra ciudad destacable. Así, los demás jonios, incluidos los atenienses, evitaban ese nombre y no querían ser llamados jonios; es más, me da la impresión que, aun hoy en día, la mayoría de ellos se avergüenza de ese nombre. En cambio, las doce ciudades en cuestión se sentían orgullosas de él y erigieron un santuario para ellas solas, al que pusieron por nombre Panionio y decidieron no compartirlo con ningún otro pueblo jonio [...] Y, en mi opinión, el motivo por el que los jonios formaron una confederación de doce ciudades y no quisieron admitir un número superior se debió a que, ya cuando habitaban en el Peloponeso, había entre ellos doce distritos, al igual que, en la actualidad, hay doce distritos entre los aqueos, que fueron quienes expulsaron a los jonios. Partiendo de Sición, primero está Pelene, luego Egira, Egas (donde se halla el Cratis, un río de curso perenne, del que tomó su nombre el río de Italia), Bura, Hélice (en la que se refugiaron los jonios cuando en una batalla fueron derrotados por los aqueos), Egio, Ripes, Patras, Faras, Oleno (donde se halla el gran río Piro), Dime y la ciudad de los triteos, que son los únicos, de todos ellos, que viven tierra adentro. Éstos son, en la actualidad, los doce distritos de los aqueos que, entonces, lo eran de los jonios. Ése es justamente el motivo por el que los jonios formaron, asimismo, una confederación de doce ciudades, porque, desde luego, es una solemne estupidez pretender que éstos son más jonios que los demás jonios o de más noble origen, dado que, entre ellos, hay un núcleo no despreciable de abantes de Eubea, que nada tienen en común con Jonia, ni siquiera el nombre; también hay mezclados con ellos minias orcomenios, cadmeos, dríopes, focenses disidentes, molosos, árcades pelasgos, dorios epidaurios y otros muchos pueblos. Por cierto que aquellos jonios que partieron del Pritaneo de Atenas y creen ser los jonios más nobles no se llevaron mujeres en su colonización, sino que tomaron por esposas a unas carias a cuyos padres habían dado muerte. En razón de ese asesinato, las mujeres en cuestión se impusieron el precepto – que sancionaron con juramentos y transmitieron a sus hijas – de no comer nunca en compañía de sus esposos ni llamar a sus respectivos maridos por su nombre, dado que habían asesinado a sus padres, esposas e hijos y, después de haber cometido esos crímenes, estaban conviviendo con ellas. Estos hechos ocurrieron en Mileto.
Los jonios de Asia tomaron por reyes, unos a licios descendientes de Glauco, hijo de Hipóloco, otros a caucones pilios, descendientes de Codro, hijo de Melanto, y aun otros a miembros de ambas estirpes. Pero, en fin, ya que se precian de su nombre más que el resto de los jonios, admitamos, pues, que sean, asimismo, los jonios de pura sangre. De hecho son jonios todos los que son originarios de Atenas y celebran la fiesta de las Apaturias, que celebran todos, salvo efesios y colofonios; en efecto, éstos son los únicos jonios que no celebran las Apaturias; y no lo hacen en razón de cierto delito de sangre.
El Panionio, por su parte, es un lugar sagrado de Mícale, orientado hacia el norte, que se halla consagrado, por común iniciativa de los jonios, a Poseidón Heliconio. Mícale es un promontorio de tierra firme que se extiende hacia poniente en dirección a Samos, en el que solían reunirse los jonios de las ciudades para celebrar una fiesta a la que dieron el nombre de Panionia. Y por cierto que no sólo las fiestas de los jonios tienen esta peculiaridad, sino que, sin excepción, la totalidad de las fiestas de todos los griegos terminan también por la misma letra, exactamente igual que los nombres de los persas. Las susodichas son las ciudades jonias; las eolias, por su parte, son las siguientes: Cime – la llamada Fricónide –, Lerisas, Fuerte Nuevo, Temno, Cila, Notio, Egiroesa, Pitana, Egeas, Mirina y Grinia. Éstas son las once ciudades primitivas de los eolios, pues una de ellas, Esmirna, fue segregada por los jonios, ya que las ciudades eólicas del continente eran tam- bien doce. Estos eolios, por cierto, acertaron a colonizar una región más próspera que la de los jonios, pero que no cuenta con un clima tan favorable. Y en cuanto a Esmirna, los eolios la perdieron como sigue: habían dado asilo a unos ciudadanos de Colofón que habían sido derrotados en una revuelta y desterrados de su patria, y cierto día esos desterrados de Colofón aprovecharon oportunamente que los esmírneos estaban celebrando extramuros una fiesta en honor de Dioniso, cerraron las puertas y se apoderaron de la ciudad. Y cuando todos los eolios acudieron con socorros, llegaron al acuerdo de que, si los jonios restituían los bienes muebles, los eolios renunciarían a Esmirna. Los esmírneos se atuvieron al acuerdo y, entonces, las otras once ciudades se los repartieron y los admitieron en el número de sus propios ciudadanos. Esas son, pues, las ciudades eolias del continente, sin contar las situadas en la región del Ida, que forman un grupo al margen. Y en cuanto a las que ocupan las islas, cinco comunidades se hallan en Lesbos (pues a una sexta establecida en Lesbos, la ciudad de Arisba, la redujeron a esclavitud los metimneos, pese a que era de su misma sangre); en Ténedos hay establecida una sola ciudad y una sola también en las llamadas Las Cien Islas.”
(Heródoto, I, 143-147).
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