“Después de la muerte de Egeo, se propuso una ingente y admirable empresa: reunió a los habitantes del Ática en una sola ciudad y proclamó un solo pueblo de un solo Estado, mientras que antes estaban dispersos y era difícil reunirlos para el bien común de todos, e, incluso, a veces tenían diferencias y guerras entre ellos.
Yendo, por tanto, en su busca, trataba de persuadirlos por pueblos y familias; y los particulares y pobres acogieron al punto su llamamiento, mientras que a los poderosos, con su propuesta de un Estado sin rey y una democracia que dispondría de él solamente como caudillo en la guerra y guardián de las leyes en tanto que en las demás competencias proporcionaría a todos una participación igualitaria, a unos estas razones los convencieron, y a otros, temerosos de su poder, que ya era grande, y de su decisión, les parecía preferible aceptarlas por la persuasión mejor que por la fuerza.
Derribó, por consiguiente, los pritaneos y bouleuterios y abolió las magistraturas de cada lugar y, construyendo un pritaneo y bouleuterio común para todos allí donde ahora se asienta la ciudad, a la ciudad le dio el nombre de Atenas e instituyó las Panateneas como fiesta común. Celebró también las Metecias el día dieciséis del mes de hecatombeón, fiesta que todavía hoy celebran, y abdicando de la corona, como prometió, emprendió la organización del Estado, tomando principio de los dioses, pues le llegó un oráculo de Delfos que vaticinaba sobre la ciudad:
Égida Teseo, vástago de la joven Piteide, a muchas ciudades, en verdad, mi padre tiene fijado su término y su hilo en vuestra fortaleza. Mas tú nada con demasiado esfuerzo en tu corazón te propongas, pues como odre atravesarás el ponto entre el oleaje.
Esto cuentan que también la Sibila se lo vaticinó a la ciudad, gritando:
Como odre sumérgete; hundirte, en verdad, no es tu destino.
Con la pretensión de engrandecer todavía más la ciudad, invitaba a todo el mundo a la igualdad y el ‘aquí venid todas las gentes’ dicen que fue un bando de Teseo, cuando proyectaba la fundación de un pueblo único.
No, por cierto, descuidó que la democracia no resultara en desorden y confusa por la muchedumbre que fue irrumpiendo sin criterio selectivo, sino que previamente separó a los eupátridas, los geómoros y los demiurgos, y encomendó a los eupátridas las funciones de entender en los asuntos divinos, proporcionar magistrados y ser maestros de las leyes y exégetas de cuestiones santas y sagradas, poniéndolos como en un plano de igualdad con los restantes ciudadanos; ya que, al parecer, eran los eupátridas superiores en opinión, los geómoros en utilidad y en cantidad los demiurgos”. (Plutarco, Teseo, 24-25).
"Mientras así dormía el paciente y divinal Odiseo, rendido del sueño y del cansancio, Atenea se fue al pueblo y a la ciudad de los Feacios, los cuales habitaron antiguamente en la espaciosa Hiperea, junto a los Cíclopes, varones soberbios que les causaban daño porque eran más robustos. De allí los sacó Nausítoo, semejante a un dios: condújolos a Esqueria, lejos de los hombres que comen el pan, donde hicieron morada; construyó un muro alrededor de la ciudad, edificó casas, erigió templos a las divinidades y repartió los campos. Mas ya entonces, vencido por la Parca, había bajado al Hades y gobernaba Alcínoo, cuyos consejos eran inspirados por los propios dioses". (Odisea, VI, 1-12).
"Regio es una fundación de los Calcidios, que de acuerdo con un oráculo y a causa de una hambruna se ofrecieron a Apolo en concepto de diezmo, y luego cuentan que desde Delfos fueron enviados hasta aquí a colonizar, trayendo consigo también a algunos otros de sus compatriotas. Como narra Antíoco, sin embargo, los Zancleos hicieron llamar a los Calcidios y nombraron a Antimnesto como fundador de aquéllos. Formaban también parte de la fundación Mesenios del Peloponeso expulsados debido a los conflictos provocados por aquéllos que no quisieron dar reparaciones a los Lacedemonios por motivo del sacrilegio cometido sobre las vírgenes que habían llegado a Limnai y que habían sido enviadas a causa de un rito religioso, y a las que habían violado, habiendo dado muerte también a aquéllos que habían acudido en su auxilio. Habiéndose retirado los fugitivos hacia Macisto envían embajadores al dios, reprochando a Apolo y a Artemis que les hubiese tocado eso en suerte a pesar de haberles defendido a ellos, y pidiendo consejo sobre cómo se librarían de ser aniquilados. Apolo les aconsejó que se dispusieran a unirse a los Calcidios para dirigirse a Regio y que mostraran agradecimiento a su hermana puesto que se había ocupado no sólo de que no fuesen exterminados sino además de salvarles de perecer con su patria, que iba a ser ocupada poco después por los Espartanos. Ellos se sometieron. Por ello, los dirigentes de los regios hasta Anaxilas siempre fueron de origen mesenio. Antíoco dice también que antiguamente este lugar lo habían ocupado Sículos y Morgetes". (Estrabón, VI, 1, 6)
"Pacto de los fundadores.
Por decisión de la asamblea. Puesto que Apolo ha dado un oráculo espontáneo a Bato y a los Tereos para que funden Cirene, se ha determinado que los Tereos envíen a Libia a Bato como fundador y rey; que naveguen junto a él y como compañeros suyos los Tereos; que naveguen en iguales condiciones y en iguales términos y según las familias, un hijo de cada una de ellas, debiendo alistarse de entre todas las partes del territorio a aquéllos que hayan alcanzado la adolescencia; y que navegue también, de entre los restantes Tereos, todo aquel individuo libre que así lo desee. Si acaso los colonos consiguen hacerse fuertes en la colonia, aquellos otros colonos que naveguen posteriormente hacia Libia compartirán el derecho de ciudadanía y sus prerrogativas y recibirán por sorteo también tierras aún sin asignar. Si acaso no consigue establecerse la colonia ni los Tereos tienen posibilidades de auxiliarles, y por el contrario se ven afectados por penurias durante cinco años, que partan de esas tierras hacia Tera sin miedo para volver a tomar posesión de sus bienes y de su ciudadanía. Aquél que habiendo sido designado para la partida no abandonase la ciudad, sea condenado a muerte y sus bienes sean confiscados. Aquél que le acoja o le proteja, ya sea un padre a su hijo, ya un hermano a su hermano, sufra el mismo castigo que el individuo que no quiera embarcarse. Sobre estas condiciones han establecido los juramentos los que han quedado atrás y los que se han hecho a la mar para colonizar, y han establecido maldiciones para aquéllos que los transgredan y no los mantengan ya vivan en Libia, ya hayan permanecido en Tera. Tras moldear figuras de cera las quemaron mientras pronunciaban la imprecación, habiéndose reunido todos, tanto hombres como mujeres, niños como niñas: Que aquél que no guarde estos juramentos y los viole, que se derrita y se diluya como estas figuras, y su descendencia y sus bienes. Para aquéllos que guarden estos juramentos, ya hayan navegado hasta Libia, ya permanezcan en Tera, haya abundancia y felicidad, tanto para sí como para sus descendientes". (Inscripción procedente de Cirene: S.E.G., IX, 3 = Meiggs-Lewis, 5; líneas 23-51)
"Teocles que conducía a los calcideos de Eubea, ocupó la ciudad de Leontinos en compañía de sículos que precisamente la habitaban antes. Y cuando Lámide, que había conducido una colonia desde Mégara, [se preparaba] para acercarse a la ciudad de los leontinos, él dijo que por los juramentos no podía expulsar a los sículos que habitaban con él, pero que les abriría a aquéllos las puertas por la noche y que, una vez que entrasen, trataran a los sículos como enemigos. Él les abrió, y los megarenses tras ocupar armados el ágora y la acrópolis, cayeron sobre los sículos. Y éstos, cogidos sin armas, abandonado la ciudad, huyeron. Los megarenses habitaron la ciudad junto con los calcideos en lugar de los sículos.
Teocles expulsó de la ciudad a los megarenses que habían convivido con los calcideos seis meses, diciéndoles que en el momento de la guerra había prometido que 'si se apoderaba de la ciudad sin riesgos, sacrificaría a los doce dioses y enviaría una procesión engalanada con las armas'. Y como los megarenses no sospechasen nada, sino que le exhortaran a realizar el sacrificio con buenos auspicios, los calcideos, después de tomar prestadas de ellos todas sus armas para la procesión, una vez celebrado el sacrificio, marchaban a paso de procesión; cuando se detuvieron en el ágora armados, Teocles ordenó al heraldo pregonar: 'Que los megarenses salgan de la ciudad antes de ponerse el sol'. Pero ellos, refugiándose en los altares como suplicantes, les rogaban que no se les desterrase, o que se les dejase salir con las armas. Teocles decidió con los calcideos que no era seguro expulsar a tantos enemigos armados. Y los megarenses, expulsados de Leontinos sin armas, habitaron Trótilo durante un solo invierno, pues tan sólo eso les permitieron los calcideos". (Polieno, Estratagemas, V, 5).
"Por esa misma fecha llegó Lámide a Sicilia desde Mégara al frente de una colonia, y después de fundar al Norte del ríoPantacias una ciudad llamada Trótilo, de unirse por poco tiempo con los calcideos de Leontinos en una ciudad única y de ser expulsado por ellos y fundar Tapso, murió, y los demás abandonaron Tapso y fundaron la Mégara llamada Hiblea, cuyo territorio les cedió el rey sículo Hiblón, que les llevó a él". (Tucídides, VI, 4).
"Tanto interés puso Licurgo en este cargo que, referente a él, trajo de Delfos un oráculo al que llaman rétra. Es el siguiente: 'Después de erigir un templo a Zeus Silanio y Atenea Silania, de tribuir las tribus y obear las obas, previa institución de una gerusía de treinta con los archagétai, reunir la apélla de estación en estación entre Babica y Cnación; hacer las propuestas y rechazar (las contrapropuestas): *** victoria y poder.'
En estas palabras, lo de tribuir tribus y obear obai significa dividir y organizar el pueblo en secciones, de las que a unas las ha denominado tribus y a otras obai. Archagétai se llaman los reyes y reunir la apélla, reunir la ekklesia, porque el origen y la causa de la constitución la ligó al dios Pítico. A la Babica *** y al Cnación ahora le dan el nombre de Enunte; Aristóteles tiene al Cnación por un río y la Babica por un puente. En medio de estos lugares celebraban las asambleas, sin que existieran soportales ni ningún otro tipo de edificio, pues pensaba que estas cosas en absoluto contribuían a la recta deliberación, sino que, más bien, la perjudican al volver frívolos e inconstantes por una vana presunción los espíritus de los concurrentes, cada vez que, durante las asambleas, vuelven su mirada hacia las estatuas y pinturas que adornan profusamente los proscenios de los teatros o los techos de los bouleuterios.
Reunido el pueblo, a nadie permitió expresar su opinión, pero, para ratificar la presentada por los gerontes y los reyes, tenía autoridad el pueblo. Más adelante, sin embargo, como la masa con sus recortes y adiciones iba desviando y violentando las propuestas, los reyes Polidoro y Teopompo agregaron junto a la retra estas palabras: 'Si el pueblo elige torcidamente, disuélvanlo los ancianos y los archagétai.' Esto implica no que el pueblo prevalezca, sino sencillamente prescindir de él y anularlo, so pretexto de que distorsiona y cambia la propuesta en contra del bien común. También ellos lograron convencer a la ciudad con el argumento de que el dios prescribia estas cosas, de lo que, en cierto modo, ha dejado recuerdo Tirteo en estos versos:
'Escucharon a Febo y de Delfos trajeron a Esparta
las profecías del dios, sus palabras de cierto final:
"Que manden en consejo los reyes que aprecian los dioses
ellos tienen a su cargo esta amable ciudad de Esparta,
y los ancianos ilustres, y luego los hombres del pueblo,
que se pondrán de acuerdo para honestos decretos".
(Plutarco, Licurgo, 6).
"Me refiero a la tesis de que lo mejor es que toda ciudad sea lo más unitaria posible. Ese es el postulado básico que acepta Sócrates. Pues bien, es evidente que al avanzar en tal sentido y unificarse progresivamente, la ciudad dejará de serlo. Porque por su naturaleza la ciudad es una cierta pluralidad, y al unificarse más y más, quedará la familia en lugar de la ciudad, y el hombre en lugar de la familia. Podemos afirmar que la familia es más unitaria que la ciudad, y el individuo más que la familia. De modo que aunque uno pudiera activar tal proceso, no debería hacerlo, porque destruiría la ciudad.
Y no sólo está compuesta la ciudad por gentes múltiples, sino por gentes que difieren además entre sí de modo específico. Una ciudad no se compone de iguales. Distintas cosas son una alianza militar y una ciudad. En la primera lo fundamental es la cantidad, sin importar que todos sean de la misma clase (puesto que la alianza militar se forma con vistas a un mutuo auxilio), como el peso que hace inclinarse la balanza. Del mismo modo se diferenciará también una ciudad de una tribu, a no ser que la población esté repartida en aldeas, como entre los arcadios.
Pero aquellos elementos con los que ha de constituirse una ciudad se diferencian de modo específico. Por eso precisamente la igualdad en la reciprocidad es la salvaguardia de las ciudades, como ha quedado dicho ya en nuestra Ética. Aun entre los libres y de igual clase es necesario que sea de este modo, pues no es posible que todos manden, a no ser por turnos de un año o por cualquier otra distribución y tiempo. Sucede entonces que de este modo todos ejercen el mando, como si alternaran los zapateros y los carpinteros, y no fueran siempre los mismos zapateros y carpinteros. Puesto que así es mejor, también en los asuntos de la comunidad política es evidente que sería mejor que mandaran siempre los mismos, a ser posible. Pero en los casos en que no es posible, por ser todos iguales por naturaleza, es al mismo tiempo justo que, tanto si el mandar es un bien o un mal, todos participen en él. Esto es lo que se pretende al cederse los iguales por turnos los cargos y al considerarse como iguales al margen de los mismos. Los unos mandan y los otros se someten a su mando por turno, como si se transformaran en otros. Y del mismo modo entre los que mandan unos desempeñan unos cargos y otros, otros. Por lo tanto, de todo eso queda claro que la ciudad no es por naturaleza tan unitaria como afirman algunos, y que lo que postulan como el mayor bien en las ciudades las destruye. Mientras que, por el contrario, el bien de cada cosa la mantiene a salvo. Hay también otro modo de evidenciar que el buscar la excesiva unificación de la ciudad no es mejor: la familia es más autosuficiente que el individuo y la ciudad más que la familia. Precisamente cobra existencia una ciudad cuando sucede que autosuficiente su comunidad numérica. Luego si hay que preferir lo más autosuficiente, hay que preferir lo menos a lo más unitario". (Aristóteles, Política, 1261 a 14-1261 b 15).
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