El pasado 19 de diciembre volvimos a celebrar presencialmente el tradicional Concierto de Navidad de la UAM, después de que el año pasado ómicron nos obligara a cancelar la asistencia y en el 2020 se hiciera a puerta cerrada.
Cerramos de esta manera un 2022 que comenzaba con un nuevo coletazo del virus de la COVID, más contagioso, pero menos dañino, y con las tropas rusas agolpándose en la frontera con Ucrania, lo que más tarde, en febrero, sería el comienzo de una invasión anunciada. Los restos de la pandemia, aún presente, aunque silenciada, y la guerra de Ucrania han ido puntuando los días y las semanas de este 2022, en el que se han hecho evidentes los estragos del cambio climático, un planeta enfermo y una humanidad enferma, con el aumento sin precedentes de los trastornos de ansiedad, trastornos afectivos y depresión.
La inflación y la crisis energética ponen en peligro los frágiles equilibrios sociales, mientras, en nuestro país, en nuestra región, los ciudadanos civilizados asistimos atónitos a la degradación del lenguaje y la polarización política y al insulto como eficaz sustituto del argumento. El respeto, el debate, la discusión y la reflexión se ven cada más relegados, cada vez más ausentes del espacio público.
Ésta es la realidad de 2022 y no soy tan ilusa como para pensar que podemos darle la vuelta en el 2023, pero sí tengo el convencimiento de que, como universidad, desde el debate sosegado, desde la palabra, desde la generación del conocimiento y la formación tenemos no solo la oportunidad, sino la responsabilidad, de contribuir a un mundo mejor.
El viernes se despedía Arsenio Huergo, presidente del Consejo Social, del Consejo de Gobierno; se despedía del máximo órgano de gobierno de una universidad a la que ha estado vinculado casi medio siglo, con unas palabras que nos impactaron y deberían hacernos pensar. Arsenio, desde la perspectiva que da una larguísima trayectoria empresarial y de compromiso con la sociedad, sentenció que la universidad, nuestra universidad, es “el espacio más sano y limpio que me he encontrado”. Pongamos todos de nuestra parte para que siga siendo así, en un año, el 2023, en el que tendremos que tomar decisiones importantes, decisiones de futuro.
Pero no debemos conformamos con ser un oasis en medio de un mundo convulso. Combatir los virus, reivindicar la cultura de paz, fomentar, con hechos y con nuestra investigación y formación las energías renovables, la eficiencia energética, una movilidad limpia y las industrias verdes; plantar cara a la desinformación, a la manipulación, a los argumentos falaces, y combatir las desigualdades; todo ello está en el corazón de nuestra agenda para 2023.
No subestimemos nuestra capacidad de acción, ni búsquenos excusas. Seamos también conscientes de que todo lo que hacemos tiene un impacto
Y, sí, desde luego, es iluso pensar que nosotros solos, la comunidad universitaria de la UAM, podemos cambiar el mundo, pero no subestimemos nuestra capacidad de acción, ni búsquenos excusas. Seamos conscientes de que todo lo que hacemos tiene un impacto. Ojalá nuestras autoridades también lo vieran así y apostaran de forma decidida por la educación superior y la investigación. Pero si no lo hacen, habrá que hacérselo saber. Eso también es tarea de todos.
Discúlpenme si éste no es un mensaje de Navidad al uso, si no me limito simplemente a desearles felices fiestas y un próspero Año Nuevo. Para no decepcionarles paso ahora a la parte navideña.
“Honraré la Navidad con todo mi corazón y procuraré observar su espíritu todo el año. Viviré en el pasado, en el presente y en el futuro. Los espíritus de los tres actuarán dentro de mí. No cerraré los oídos a las lecciones que ellos me enseñen.”
Son palabras de Ebenezer Scrooge, en Canción de Navidad (A Christmas Carol) de Charles Dickens. Dickens escribió esta obra en un momento delicado económicamente, cuando su mujer estaba embarazada de su quinto hijo y sus editores amenazaban con bajarle el sueldo. Dicen que la mayor parte de la novela la concibió en largas caminatas nocturnas alrededor de su casa en Londres, ese Londres victoriano envuelto en una constante neblina, pobre, gris y deprimente; unas caminatas en las que se emocionó, rió y lloró por igual con sus personajes. Culminó este clásico de la Navidad en seis semanas ‘a corazón abierto’, según sus propias palabras.
Dickens era un maestro en apelar a la emoción, un arma más poderosa que la razón. Sabía que un cuento que contagia alegría, humor e interpela al espíritu humano es mucho más efectivo que cualquier ensayo en el que verter sus preocupaciones sociales por la pobreza y la explotación y su denuncia de las injusticias y las desigualdades. Les aconsejo su lectura estas navidades como antídoto contra la tristeza y el desánimo.
Y si pueden, rodéense de niños y jóvenes, sonrían en las tiendas y en las calles, digan muchas veces gracias, abran su corazón, practiquen la amabilidad y la calma y confíen en que 2023, aunque a buen seguro complicado, será para todos un año mejor si en ello ponemos nuestro empeño.
¡Felices fiestas!